Desde la CDMX hasta Sao Paulo, en Brasil, varias urbes latinoamericanas han arrancado programas semanales para cerrar las calles y habilitarlas para el uso de la bicicleta en los últimos 20 años.

Jaime Ortiz Marino, un barbudo aficionado a la bicicleta, lideró una revolución hace 50 años a punta de pedal. Es el inventor en Bogotá de la ciclovía, una contracultura al uso del automóvil que ha inspirado al mundo.
El 15 de diciembre de 1974, este arquitecto obtuvo un permiso para hacer una singular protesta contra la masificación de los autos: cerrar una zona de la capital colombiana a los coches y transitar en “bici” por el centro de la vía con otras 5,000 personas.
El primer evento importante de este tipo en el mundo se convirtió rápidamente en una tradición muy popular de todos los domingos.
La ciclovía que abarcaba la mayor parte de la ciudad ha sido imitada con modelos similares por unas 200 ciudades del planeta, según la alcaldía.
“Es el aula cívica al aire libre más grande del mundo”, dice a la AFP Ortiz, que ahora tiene 78 años, y una barba blanca bien delineada, mientras observaba su creación con satisfacción.
Cada domingo alrededor 1.7 millones de bogotanos caminan, montan en bicicleta, patinan o realizan otras actividades físicas a lo largo de 127 kilómetros de calles sin autos, de acuerdo con cifras oficiales.
Los paseos dominicales son un respiro profundo para los habitantes de una de las mayores metrópolis de América Latina, con uno de los peores tráficos de la región y afectada por la contaminación del aire.
“La ciclovía es parte del alma de Bogotá”, asegura Camilo Ramírez, un especialista en migración que trotaba junto a su esposa detrás de sus hijos de 5 y 12 años, ambos en bicicleta.